miércoles, 26 de diciembre de 2012
lunes, 19 de noviembre de 2012
sábado, 1 de septiembre de 2012
una copa de madrugada,
unas vacaciones con flores regadas,
unos ojos con lágrimas curadas y
una boca con sonrisas que no estuvieran ajadas.
Me diste una vida con marcas,
una copa medio vacía rachada,
unas vacaciones con hojas marchitadas,
unos ojos cubiertos de mala gana y
una boca rebosando de nada.
domingo, 8 de julio de 2012
se empeña en pasar por la ciudad dejando la estela de muertos en las cunetas.
Cada vez más tú y cada vez más yo sin rastro de nosotros.
El tiempo, imparable como siempre, que revestirá recuerdos de nostalgias,
se empeña en devolvernos a la ciudad que nos vio nacer, que
cada vez más lejos se afana en sernos infiel y quedarse en el olvido.
El tiempo, imparable como siempre, se da cuenta de que ya nada es lo que era,
se empeña en dejarnos una maleta a la puerta de casa y que no volvamos a mirar atrás,
cada vez más contigo y cada vez más sin ti , cada uno en su camino
irá llenando de soles sus venas y en medio de la ciudad nadie
volverá a preguntar por la historia de un quizás...
NOTA: para esta entrada me he tomado la libertad, quizás demasiada, de incluir algunas de las genialidades que tres poetas de nuestro tiempo se tomaron la molestia de regalarnos: Joaquin Sabina (Amor se llama el juego), Ismael Serrano (Dónde estarás y Ya nada es lo que era) y Carlos Chaouen (Semilla en la tierra).
jueves, 14 de junio de 2012
escribir trazos en el vaho de las ventanas,
acordes a medias, suspiros vacíos.
Intentamos escribir la historia lineal
de algo que pasaba a destiempo.
Y en el fondo de la habitación,
escondido bajo el colchón,
no quedó ni un beso,
ni un rastro, ni un adiós.
miércoles, 30 de mayo de 2012
martes, 24 de abril de 2012
Cosas que nunca quisimos
lunes, 16 de abril de 2012
Lo raro es cuando te das cuenta de que tienes dos vidas.
Tres, cuatro meses al año, vuelves a casa y todo el mundo, incluido tú, hace con que nada ha cambiado, que los otros ocho o nueve meses que no estás allí son un soplo y tan sólo han sido un par de días los que has faltado a tus obligaciones sociales, como si fuese una gripe que se quedó en intento. La misma gente habla de las mismas cosas en los mismos sitios, vuelves a caer una y otra vez en la misma piedra que la misma persona puso en el lugar exacto en el que caíste hace no tanto, tal vez ni tan sólo hace un par de semanas. Y otra vez la misma sensación de abandono que llega cuando acaban las cuatro horas en tren que llevan a la misma estación vacía de siempre.
El resto del año, los ocho o nueve meses que se empeñan en ser sólo tiempo nimio, nada importa. Una llama diaria para ver cómo estás que se prolonga en una larga y repetitiva conversación que dura una hora. A cambio, 23 horas de desconexión. Aquí nada es lo mismo, a excepción de ese punto de referencia que te rescata de vez en cuando en alguna calle perdida que buscas, aunque sea en vano, para aferrarte a una especie de rutina y sentirte como en casa, como si de verdad el resto fuese una gripe que todavía estás incubando. Pero es distinto, porque aquí nadie te conoce. Nadie sabes de dónde vienes ni a dónde pretendes ir, ni por qué. Tampoco tienes que dar explicaciones. No tienes la necesidad de cambiar de acera cuando te encuentras con quien no quieres, porque no le vas a encontrar mirando un escaparate perdido de una calle de Malasaña o haciendo la compra en el súper de tu barrio. Puedes empezar de cero y nadie te va a recriminar nada.
Lo malo es cuando un día te despiertas y no sabes dónde estás. Lo malo es que las dos se entremezclen. Lo irreverente es cuando no sabes cuál de las dos prefieres. Para bien o para mal.